lunes, 13 de diciembre de 2010

Adulterio intrascendente

No es importante trascender,
lo que vale detectar es el momento preciso
en que el aire pasa por el circuito de los pulmones
y se diluye en la sangre y es vida latente:
hoy, ya, apenas este instante de ósmosis celular.
¿A quién puede importar si talé un árbol
de la séptima hilera de mis noches
o si el último beso que planté fue en la boca exacta
donde habitaba el aliento dulce
de un corazón oxigenado?

Trascender no es más que figurar
en un libro de muertos absurdos
que escribieron en el aire enfermo
de las agotadas calles:
que pasaron por allí,
que dejaron cien vástagos enfermos
que escribirán otras intrascendentes historias.

Mi historia es un cóctel de letanías
aderezado con dos pizcas de aburrimiento
y escrita en un papel de tabaco
negro como el humo negro que fumo,
que respiraré cuando mi inadvertida presencia
pase más desapercibida que un estornudo de luna.

/No pretendo la mortaja de un epitafio hueco,
solo deseo que el vientre que te pergeña
adúltera de sentimientos,
no procree necias palabras intrascendentes
como tu ingenua virginidad,
que se cansó de hablar de ella y de ti
como si el coger fuese trascendente,
tanto como para un testamento
de enferma egolatría/

Epílogo.

Apesta tu trascendencia;
puta vida.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Camuflaje

Hombres vestidos de camuflaje
caminan por la selva de cemento;
con una herida silenciosa
entre ruidos de vidas mecánicas.
Han despertado a la diana de cuarzo,
desayunado polvos químicos en leche adulterada;
circulan al son de un semáforo verde
siempre verde, siempre verde.

No se miran, pero saben que en algún lugar coincidirán:
en un carro subterráneo,
en un charter urbano camino al consumismo;
desfilan en trajes de apurados,
llevan paraguas para lluvias ácidas.

No se saludan,
no se miran,
chocan,
caen,
pasan pisando cuerpos,
alguno sobrevive y se levanta,
otros son tragados por túneles que dan a otros túneles
hasta una alcantarilla con forma de orbe.

Son rutinas domesticadas entre café y medialunas,
se alimentan con basuras de paso.
En media hora de urgencias evacuan intestinos, bolsillos y abulia,
luego se automatizan y regresan a lubricar sus sillones mullidos
donde mueren de a poco entre números fríos,
tan fríos como sus días.

Alguno sobrevive y se levanta
y se sienta con una dosis en las venas,
a mascullar su fruta podrida,
su aliento a desconcierto alcoholizado
y se sienta a escribir poemas;
otra forma de morir de a poco,
urbanizando miserias
detrás de sus ojos adulterados de sueño,
lamiendo el reloj del infortunio
hasta que den las doce en pleno.

Luego sale a robar la vida
de las calles suburbanas,
para no ser menos
que una herida.