jueves, 26 de mayo de 2011

Sobre la languidez del pan del día

Hay que andar despierto al alba;
las bragas de la noche ocultan el hambre
y un pan sinsabor aplasta sus narices
contra el vidrio de la nostalgia.
Evocas las afrentas como cruces
y derogas los plomos de tus pies
que no reaccionan
ni con el edicto azucarado
del beso amanecido de una muchacha.

Te sonríes con dientes mellados
por roces de otros amnésicos alientos,
mientras la cama desnuda un hueco
en su espalda de arcilla,
como un mural de terracota
donde dibuja pictogramas
el filo del recuerdo.

Hay que andar despierto al alba,
cuando las bragas olieron a escarnio
en las gradas de la noche.

jueves, 19 de mayo de 2011

Antepasados virtuosos

Debo aceptar que tuve en mis manos
la virtuosa maravilla de auto procrearme
como hombre terrestre,
es decir, con la imperfección natural
que ello involucra.
Es posible que no distinga un antes,
-si es que hubo un antes-
luego del primer berrinche;
pero debo honestamente confesar
que en mi columna bífida
llevo huellas de antepasados
que fueron quizás más estables
dentro de la inestabilidad humana.
El hombre simio que me antecede;
-¿O fue al revés?-
él sí sabía cual era su función.
Sabía que sería experimento de laboratorio,
artista involuntario de circo;
-estaba escrito en sus genes arbóreos-
además tenía -tiene creo-
la habilidad nata de hacer bolitas con los mocos
para luego comérselas (caramba, en mi infancia hacía lo mismo).
¿Confirmo entonces la teoría?

domingo, 15 de mayo de 2011

Anacrónica filosofía del desastre

De qué sirven los caminos escritos
anegados de utopías y falsas expectativas;
voy y regreso y nada modifica el paisaje.

La senda oscura sigue siendo oscura,
y no hay temor alguno que la encienda.
La mano dejó de sujetar al brazo
y cruzar el puente es un desafío de in-cordura.

El hombre camina solo a través del volcán de llagas;
quema los pies en las guerras de fuegos cruzados
y los bandos se desbandan en el sálvese quien pueda
Hambre misericordioso, abre la boca
y trágate el esperma del violento.
Que no transite entre el follaje que camufla la verdad
y la vista de pacífica justicia, asesina justicia.

Ser la integridad desintegrada,
abandonada en camastros de hospitales;
anacrónica filosofía del desastre,
patética mentira religiosa: tiende tu mano, toma la mía.

El hombre pulula en su vastedad ignorante,
anega los nichos donde cabrían los libros
y los reemplaza por basuras lavadoras de memorias.

La ley del olvido enjuicia a la razón
y se eleva el grito del cobarde como única bandera;
las masas caen en el letargo demagogo
del que compra conciencias.

Iracunda vigilia, saca el dedo del botón del espanto,
no sea que en una noche de borrachera te duermas
y transformes al mundo en un Big Bang que involucione.

Te reto al olvido de lo olvidable, es decir a la negra mentira
que adornó los balcones de tantos ignorantes que creyeron
que golpear la puerta del facilismo era el camino a su gloria.

Huellas erráticas sobre la mentira

Cándidos ojos con arenas,
fisura ventral de emociones expuestas,
languidez expresiva de un aborto.
Cierra los postigos, abre la hiel,
descubre en la carne la tesitura infantil
de un dialecto de rayuelas.
No se puede masticar el ozono
cuando la lluvia cae entre los dientes;
hay tiempo inferido entre los callos.

La cruz del ave enclava un sino;
nadie verá arreciar ojos azules
sobre las cabelleras del viento;
hay fuego en la piel muerta del amante,
hielo de roca en la palabra que se va
detrás de una cortina que se cierra.
Huellas erráticas sobre la mentira
de los amantes.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Rumiante de insípidas quimeras

Callo para no volver
con las mismas voces

de los árboles secos
de los abanicos calientes
del batracio mudo
que ahoga su lamento.

Callo para abstraer
lo loco de lo efímero
lo imbécil de lo pulcro
lo tibio de un valiente

que crece bajo la sombra
del que habla demasiado.

Todo espectro me seduce
elogia mis genes
se lleva adherido
la verborragia del ciego
que destila colores
desde sus ojos.

Hablo lúcido
desde mi oscuridad

de palabras
de pensamientos
y a veces mi lengua
perdona mi osadía
de no saber callar
lo que tantas veces mastico.

Como un rumiante de insípidas quimeras.