martes, 30 de agosto de 2011

La última cena

Me he planteado el dilema
de saber si el ayer existe o el mañana ha perecido;
me he basado en el arbitrio de las hojas de un manual
acumuladas bajo cien llaves de ignorancia;
de un sofisma absurdo que todo lo recrea en la memoria
sin dejar margen para una verdad consistente.

Me he planteado plantar la bandera de la utopía;
enterrarla tres cuartos bajo tierra;
pialar la locura que la estimula
y descerrajarle dos balazos de cordura,
para que no musite ni una pizca de idea
ni un renglón de esperanza fuera del límite
donde está escrito que nada cambia,
que nada es más allá de lo que acaba,
de lo que circunda la zoofagia del hombre.

Al fin, todo es alimento de carroñeros
gusanos, larvas humanas infradotadas
pululando sus propios restos,
auto infringiéndose la dura hambruna de mutante
para no dejar huellas de sus huellas.

Dura verdad que es pausa eterna de la vida;
muerte dentro de otra muerte;
abrasión fechada por la mísera existencia;
pueril desencanto de ser o haber sido para ser
otro cuerpo más de los vivos gusanos
que se mueren por comernos
sin importar que somos sus propios genes
clonándonos en el último banquete.

viernes, 12 de agosto de 2011

Piedras en los bolsillos

Busco en los bolsillos
las piedras rescatadas de los íconos,
en los años que aún sobreviven al deshielo,
y todo palidece en la hambruna
que limita la memoria a futuro.

Qué hay, qué queda después de la embriaguez,
luego de los tragos ácidos
que socavan los nichos salobres del cuerpo.

Ser barro, amasijo de un orfebre sin manos
que no entalló en la rueda sus formas
ni su esencia ni su perfume de niño.

Y se fagocita sin atenuantes ni prórroga
como viento en la grieta de la roca
que pasa en silbo
y aturde la sordera del silencio
de una guerra derrotada.

He visto morir demasiadas vidas,
todas en una, una en cada mañana;
de boca troglodita, ansiosa
por acosar los pies que tiemblan
cuando el remesón socava.

No sé, no sé,
palabras huecas,
diamantadas cuchillas de lenguas.

Soy eso, soy eso
gritando a los oídos fantasmales
desposeídos de perdones,
y esta sumisión fascinada por la muerte
que arremolina sobre coronas secas.

Se ha despintado el hombre marrón,
el árbol que llora pájaros
derrumba sus nidos,
mientras sobreviene la noche
de la cadavérica memoria,
que no se resigna a ser menos
que un apéndice de olvidos,
epitafio del libro muerto de la vida.