martes, 30 de agosto de 2011

La última cena

Me he planteado el dilema
de saber si el ayer existe o el mañana ha perecido;
me he basado en el arbitrio de las hojas de un manual
acumuladas bajo cien llaves de ignorancia;
de un sofisma absurdo que todo lo recrea en la memoria
sin dejar margen para una verdad consistente.

Me he planteado plantar la bandera de la utopía;
enterrarla tres cuartos bajo tierra;
pialar la locura que la estimula
y descerrajarle dos balazos de cordura,
para que no musite ni una pizca de idea
ni un renglón de esperanza fuera del límite
donde está escrito que nada cambia,
que nada es más allá de lo que acaba,
de lo que circunda la zoofagia del hombre.

Al fin, todo es alimento de carroñeros
gusanos, larvas humanas infradotadas
pululando sus propios restos,
auto infringiéndose la dura hambruna de mutante
para no dejar huellas de sus huellas.

Dura verdad que es pausa eterna de la vida;
muerte dentro de otra muerte;
abrasión fechada por la mísera existencia;
pueril desencanto de ser o haber sido para ser
otro cuerpo más de los vivos gusanos
que se mueren por comernos
sin importar que somos sus propios genes
clonándonos en el último banquete.

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