domingo, 31 de enero de 2010

Eutanasia del espantoso abandono

Digo la muerte como digo amor vacuo,
ambos merecedores de ser vividos
en la eutanasia del espantoso abandono,
del exilio de las salidas,
del ocultamiento del mar calmo en retirada.

Nadie más que la muerte y sus mezquindades
y sus pájaros negros de garras negras
sujetando mis hombros,
alentando un suicidio progresivo
sonriendo debajo de la cama.

Te recuerdo fría y patética
en la abducción por tus esfínteres mugrientos:
de las señales de tránsito, las coordenadas,
los vericuetos de las posibles huídas
y sus inútiles manuales cartográficos.

Digo la vida como la piedra fundamental
de un sinsentido maremoto sanguíneo,
injustificado y malignamente necesario
para poder alcanzar la dignidad de la muerte
de la oprobiosa esperanza.

Y rememoro entonces las luces, vida y muerte
en puja constante en mi torpe y libre albedrío.
En la niebla, una sombra con capa
desdibuja un tajo de guadaña sin misericordia
mientras el viento se lleva mis cenizas;
inexorablemente.

lunes, 25 de enero de 2010

Por lo absurdo de mi risa

He reído por el simple hecho de reír,
absorto de mi,
absurdo de mi,
necio de mi.
Afuera, en la calle; una niña vende su risa.
Ya no río,
mañana tampoco ella reirá.
Necio de mi,
por lo absurdo de mi risa.

viernes, 22 de enero de 2010

Absurdidades

Me he dicho tantas veces
que soy el déspota de mi vida,
el tirano de piedra y aceite caliente,
el francotirador asesino de luceros,
por ajusticiar los días de posibles abulias
o de efímeras y estúpidas victorias
logradas desde esta miserable silla,
victima también de mi aletargado proceder.

Y no se equivoca mi pereza
cuando insulsa se lastima, diciéndose
entre dientes apretados
que la sarta de fracasos es tan amplia
como las auroras boreales,
que contrariando a la oscuridad
se llena de colores y de cielos
mientras que ella duerme aburrida de si misma.

Y lo curioso de este estío prematuro
casi diría nacido en la cuna de un vientre,
es su omnipotencia, su terquedad de suicida,
de insurrecto y clandestino cobarde
que aun sabiéndose congelado en vida
sigue en su proceder abstracto y de final previsible.
La nada absoluta y estridentemente implosiva.

En este instante, que se me agotan las palabras,
sigo sin comprender a esta sangre adormecida
que apenas entibia los dedos y la lengua
para decir tantas vacías y re manidas frases
de apología al auto abandono,
al suicidio masivo de ideas o de escaleras
que suban hasta el primer subsuelo al menos,
ya que tocar un primer piso sigue siendo utopía,
una absurda y estúpida utopía.

miércoles, 20 de enero de 2010

Con estrellas en los ojos

El perro de la plaza
se parece a mis ojos,
desiertos como un arenero
en días de lluvias;
sin niños,
sin nanas cuidándolos
ni árboles ni sortijas;
todo se filtra en sus horizontes,
hasta la pendiente del caracol lento
que deriva sobre su vientre,
sobre su paciencia
sin la ansiedad del viento.

Él me encuentra cada noche,
cada paso transcurrido,
cada gorrión ausente,
cada orgía de insectos entre la grama.
Yo lo acuno en mis ojos,
en mis manos de abandono
y me vuelvo sus miedos,
sus espantos de tranvías,
de frío bajo la noche indiferente
de las pedradas de la vida
de su vida de perro no elegida.

Y soy también perro buscando su amparo;
dos caminamos la noche desierta,
dos desiertos
con estrellas en los ojos.

miércoles, 13 de enero de 2010

Ojos de lluvias marrones

Lo he buscado,
en el retoño amanecido
de un desayuno de cascarilla y leche,
en la planicie de un silencio.
¿Qué habrá sido de él?
¿Lo absorbió el olvido?
¿Se desprendió en retinas?
Ni la farsa ni el mimo
lo devolvieron
a su origen;
al añejado origen.
¿Será que duerme verde perenne
recostado a un giro de trompo?
Ni vestigios de bruma
de su bruma amarillenta
en los puertos de sus ojos.
No en las grúas de los trenes
de su infancia de andenes
de su solitaria inmadurez púber.
Lo he buscado en las huellas
de una honda al cuello
atravesando siestas,
soledades calientes.
Detrás de los espejos
de ríos de cunetas,
tras las marrones lluvias
tras las redes de mariposas
salpicando barro de charcos,
ahogado quizás
en su maravilla de juegos
sobre una antigua esperanza
de manos abiertas a las manos
de potreros y rebaños.
Lo he buscado,
y encontré a un niño
con ojos de lluvias marrones
con el rostro apagado entre sus manos.
Entonces lloré.

lunes, 11 de enero de 2010

Daniel; un hombre extraño

Soy el carruaje calabaza
que a la medianoche sigue siendo calabaza.
Los ratones se murieron de viejos
intentando romper el hechizo.
El zapato de cristal sólo fue un zueco holandés,
absurda y abstracta semiología.

Mi medi-tación terminó al me-dio de mi neurosis,
preciso instante en que los ratones resucitaron en caballos
y asustados por mis alaridos se lanzaron al vacío
desde un décimo subsuelo.
Perdona, no tengo tiempo para el cansancio.
El cansancio no me permite tenerlo.

No estoy loco, apenas comienzo mi crucigrama,
no es fácil deletrear jeroglíficos debajo de las dunas.
Dos vertical; palabra simple, razonada, cruel, seis letras:
LaVida

Se va mi calabaza, se lleva dos princesas con ella,
la tercera duerme bajo mis axilas.
El zueco encontró su horma,
una aprendiz de reina: Blanca Nieve, mujer pura.
Se montó el calzado, se convirtió en duna.

Ya soy arena, pies descalzos me caminan,
ratones disecados escapan de mi cabeza,
se suben a la carroza guiada por las princesas.
La noche duerme en mis ojos despiertos;
afuera llueve finito; adentro llueve a cántaros,
mi paraguas se ha roto; vencido por las arenas.

Ya no sé quién soy desde que mi calabaza se durmió
exactamente a la medianoche; hora de brujas;
hora de volver a ser quién nunca fui:
un hombre extraño.

domingo, 10 de enero de 2010

Sin identidad

Es el hueco del árbol
que esconde sus agostos;
el nonato de identidad
tan hueco como su tronco.

Morir parado
en el suicidio de árbol viejo,
reabsorbiendo sus raíces
secas como sus nidos.

La última hoja cayó
hace más de tres lustros
y son ruidos sordos los respiros.

Se secó su centro
y sus círculos desparramados
en manos del verdugo tiempo
se volvieron trofeos de la tierra.

Hueco su tronco, su nombre,
sus nidos abandonados.

La estirpe de sus raíces amputadas;
sin identidad.

martes, 5 de enero de 2010

Tras las lluvias de infiernos

A partir de hoy nada sucederá;
nada.
El futuro desapareció
desmaterializado en su víspera:
hecho polvo
hecho viento.
Sólo sobrevive la sortija sola
y los caballos de la noria;
sin jinetes,
sin más vueltas
con chirridos.

Ya no hay niños en los nidos.

La esperanza, sin manos
que asen la sortija,
se fue en un caballo de fuego
tras la última lluvia
de infiernos.

Y el viento y la lluvia
y las cenizas,
y los caballos rojos sin sonrisas
desmaterializan la esperanza.

Luego del estallido
de las bombas,
de la estúpida humanidad.