
Traje de luces, arena, lid de bestias;
en el ruedo alguien espera,
son muchos; voces, alaridos, lujuria latente,
el final se aproxima en la agonía
de los dos que hoy morirán en la nada.
Tirita la espera entre bambalinas,
la bestia dorada, adormecida,
sedada por la afeitada
que cercena su potencia
hoy no sabe de su suerte marcada.
Sale la bestia, desnuda, obnubilada;
golpea su incredulidad
la pared de las voces que reclaman
su sangre, su agónica derrota.
El espectáculo comienza.
La vergüenza, el dolor ajeno
alimenta los espurios deseos;
la bestia es sacudida en topetazos
entre capas y estoque;
banderillas y puya.
Juega la muerte sobre sus espaldas
certeras estocadas cercenan su piel,
desgarran músculos,
derraman ríos de sangre.
La arena clama su muerte, el premio final.
Derrotado en cuerpo y espíritu
dobla sus piernas, se entrega a la estocada;
el matador, apunta y salta
sobre su cuerpo casi yerto;
clava los cuernos en su garganta.
La multitud explota en las gradas,
la bestia es mutilada
cortan sus restos aún en vida,
ya sus reflejos murieron antes que el cuerpo
fue la última estocada.
Murió la bestia,
otra bestia su asesina tomándose revancha,
matador matado,
silencio en las gradas;
los toros ya se han marchado.