De su nudo -la boca-, lloró el árbol;
lo vi entre dos quiebres caer madera
horqueta herida teñida de rojo,
cascada hecha resina.
Cayó sin caer, muriendo de pie.
Y no olvido su llanto ni sus anillos de recuerdos,
siglos cubriendo soles
escarchas desveladas en genética circular:
hacia arriba, ensanchando copa
hacia abajo, reabsorbiendo raíces,
pariendo brotes de futuras maderas;
las hijas de sus hijos,
la misma savia dolorida, la misma angustia.
He visto a mi padre,
en el tajo de la vida por donde entra la muerte;
la muerte de la sangre, el último apellido de su estirpe,
es decir, los hijos de sus hijos, que no serán.
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2 comentarios:
Daniel, tu poema es realmente fuerte, hermoso, sentido, poético... Lo he releído varias veces y en cada lectura encuentro significados, vivencias que identifico con las propias, ausencias que dolor y a la vez recuerdo... Admiro mucho tu poesía. Te felicito, amigo. Un abrazo.
Amiga Julie, infinitas gracias por tu lectura, es un gran placer que estés aquí.
Mi abrazo.
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