Hombres vestidos de camuflaje
caminan por la selva de cemento;
con una herida silenciosa
entre ruidos de vidas mecánicas.
Han despertado a la diana de cuarzo,
desayunado polvos químicos en leche adulterada;
circulan al son de un semáforo verde
siempre verde, siempre verde.
No se miran, pero saben que en algún lugar coincidirán:
en un carro subterráneo,
en un charter urbano camino al consumismo;
desfilan en trajes de apurados,
llevan paraguas para lluvias ácidas.
No se saludan,
no se miran,
chocan,
caen,
pasan pisando cuerpos,
alguno sobrevive y se levanta,
otros son tragados por túneles que dan a otros túneles
hasta una alcantarilla con forma de orbe.
Son rutinas domesticadas entre café y medialunas,
se alimentan con basuras de paso.
En media hora de urgencias evacuan intestinos, bolsillos y abulia,
luego se automatizan y regresan a lubricar sus sillones mullidos
donde mueren de a poco entre números fríos,
tan fríos como sus días.
Alguno sobrevive y se levanta
y se sienta con una dosis en las venas,
a mascullar su fruta podrida,
su aliento a desconcierto alcoholizado
y se sienta a escribir poemas;
otra forma de morir de a poco,
urbanizando miserias
detrás de sus ojos adulterados de sueño,
lamiendo el reloj del infortunio
hasta que den las doce en pleno.
Luego sale a robar la vida
de las calles suburbanas,
para no ser menos
que una herida.
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2 comentarios:
Daniel, tu poema no es bueno, es sublime... es cuanto puedo decirte. Te admiro.
Mi querida amiga; no sé que decir. Gracias.
Un beso.
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