martes, 6 de julio de 2010

Alguien gritó en la noche

Presta oídos, escucha,
alguien gritó en la noche,
quizás el viento o algún fantasma
con hambre de un cuerpo.

¡Gime! ¿Oyes? ¡Es un lamento!
viene calando hondo el terco silencio
y galopes de briosos caballos
aterciopelan el aire de relinchos.

¿Será la conciencia del hombre
buscando albedrío,
la finitud de la pena
la boca del laberinto,
el agua bendita que calme la sed
y lave el barro de entre sus dientes?

Imagino que lo toma la muerte,
que en sus manos mugrientas
sostiene en equilibrio
la fe inconclusa del guerrero herido,
y estocadas certeras laceran su miedo
y un río infinito de lava ardiente,
proyecta injurias sobre su cuerpo.

Yo no sé, pero el aire sabe a brusquedad,
a maltrechos horizontes
sangrando en velas de fuego,
en olas de azufre, mal oliendo,
mientras un beso de muerte
amargo como la vida,
sacude el istmo de su pecho;
entonces también grito,
grita conmigo,
gime al silencio la magnitud de las palabras,
del dolor;
la esperanza del hombre partido.

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